Por: Clara García Sáenz
La ciudad del pecado
Recorrimos varias ciudades en un mismo día, íbamos camino a Ámsterdam así
que brevemente paramos en el gran puerto de Róterdam donde comimos
ensalada, huevos fritos y pan del día, de ahí nos fuimos a la Haya y probamos el
pay de queso más exquisito de nuestras vidas; ya por la tarde nos hospedamos
muy cerca de uno de los aeropuertos más grandes de Europa, el Schiphol con 51
millones de viajeros al año.
Ámsterdam es una ciudad bella, la gran cantidad de canales que la cruzan
le han ganado el nombre de la Venecia del Norte, aunque muchos no se ponen de
acuerdo porque también así y por los mismos motivos le llaman a Brujas, una de
las ciudades belgas más hermosas y otrora un importante muelle que la hizo muy
rica por la gran cantidad de comercio que entraba por ahí.
Pero regresando a Ámsterdam, ya famosa por su cerveza de calidad
mundial, es también para la moral cristiana una ciudad de pecado; aquí la
prostitución y la marihuana son legales. De ahí que unos de los atractivos
turísticos sea el barrio rojo, donde se encuentras las famosas vitrinas donde las
mujeres en poca ropa se dejan apreciar por los transeúntes, pero es tal el morbo
que despiertan en los turistas, que están reglamentados los tours a estos lugares
porque las pequeñas callecitas donde están ubicadas lucen repletas de gente todo
el tiempo; así los turistas solo pueden ir en grupos no mayores de 20 personas y
tienen prohibido detenerse a verlas y tomarles fotos.
Cuando la noche cae, el centro de la ciudad se vuelve una gran fiesta,
donde los turistas se confunden con los residentes en las calles y canales, gente
de todas las edad, jóvenes y viejos pueblan los canales, plazas e innumerables
bares para beber, fumar o platicar.
La belleza de la ciudad se funde con el placer, el aliento de libertad que se
respira le va muy bien con la seguridad pública, casi todo está permitido, pero
también todo parece funcionar en un ambiente muy civilizado donde lo único que
altera el orden es el bullicio de sus paseantes.
Al otro día muy de mañana regresamos a recorrer el centro con más
tranquilidad, muchos comercios aún cerrados permitieron apreciar más los
monumentos y joyas arquitectónicas. Rita, nuestra guía, una mujer gorda que
ronda ya casi los 70 años nos platicó que estaba feliz porque esa era la sexta
semana consecutiva que había sol, lo que permitía salir diariamente a la calle sin
tener que cuidarse de la lluvia.
“En Holanda -explicaba- el tiempo es muy cambiante y casi siempre está
lloviendo, ahora tenemos seis semanas que no llueve y para nosotros es bueno
porque salimos a pasear”. Mientras eso decía, un hombre trasnochado pasó cerca
de nosotros y empezó a gritarle en holandés, ella le contestó en el mismo tono y él
se lanzó contra ella que, con el paraguas cerrado, lo utilizó como esgrima; el
hombre asustado se fue corriendo mientras Rita le tomaba fotos con el celular.
Un tanto alterada aún, nos explicó que en los últimos años había gente que
se molestaba cuando veía turistas, porque los culpaban del sobre poblamiento de
la ciudad en verano, pero que a ella no le parecía correcto que eso sucediera “Yo
nací en Ámsterdam y me gusta que la gente venga y poder mostrarles mi ciudad,
los que vienen de otras partes también tienen derecho a disfrutarla porque es muy
bonita” terminó diciendo.
Más tarde nos fuimos a Volendam y Merkel, los pueblos de pescadores más
emblemáticos del mar del norte, rodeados por agua, recorrimos grandes
extensiones de tierra a varios metros abajo del nivel del mar.
Comimos arenque, el pescado típico que se engulle crudo solo
acompañado de cebolla y limón y cuyo sabor intenso pero único deja en la boca
un recuerdo inolvidable de esos lugares.
Después fuimos a la fábrica de quesos, probamos de todos los tipos,
colores y combinaciones, era como un pequeño paraíso holandés, con olor a
vacas y productos lácteos.
Al siguiente día abandonamos Ámsterdam para seguir a Colonia en
Alemania, visitar su imponente catedral, después navegar por el Rhin bebiendo
cerveza y comiendo pollo frito para llegar a Frankfurt, de ahí a Reims, Francia,
donde también hay una gran catedral gótica para, finalmente, llegar a París.
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