Vie. Nov 14th, 2025

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Rutinas y quimeras

Clara García Sáenz

Conocí la ciudad de San Luis Potosí cuando tenía 11 años, todos mis compañeros de escuela o por lo menos la mayoría había ido un montón de veces a la capital potosina que estaba a tres horas del pueblo, para entonces ya había conocido Ciudad Victoria, ordenada, limpia, tranquila; tal vez por eso cuando fui por primera vez a San Luis me pareció un lugar caótico, sucio y desordenado.

Regresé innumerables ocasiones y poco a poco empecé a observar, comprender y admirar la ciudad, a la par que las administraciones gubernamentales fueron mejorando la imagen del casco antiguo, hasta convertirla en una ciudad patrimonio mundial.

Hace algunas semanas visité la ciudad por motivos académicos, iba acompañada de mis alumnos de Historia y compañeros maestros, quienes después de asistir a las V Jornadas de Historia Económica del Occidente de México en el Colegio de San Luis nos echamos a las calles del centro histórico para recorrerlas, conocerlas, reconocerlas, admirarlas, platicar de historia, patrimonio cultural, arquitectura y arte barroco.

Nos hospedamos muy cerca del centro histórico, caminamos hacia los Arcos Ipiña, no sin antes saludar a las Tres Gracias que embellecen las calles de Carranza cruce con Reforma, viendo hacia arriba para admirar los edificios antiguos uno de mis alumnos comentó “Maestra, un profesor nos dijo que cuando saliéramos a otra ciudad nunca viéramos para arriba porque se iba a notar que no éramos de ahí”. Me reí y le dije, “entonces cómo vamos a admirar la belleza de las ciudades, ustedes disfruten”.

Les conté que los Arcos Ipiña eran una réplica de los que se encontraban frente al museo de Louvre en París y les pedí que hicieran un ejercicio de imaginación sintiéndose en la Ciudad Luz por un instante, el cual fue roto por alguien que dijo con voz emocionada “miren, ahí está una librería Gandhi”.

Con la promesa de regresar más tarde a visitarla, caminamos hasta la plaza de Fundadores, entramos al templo de la Compañía que data de 1679 y a la capilla de Loreto de 1700, donde las joyas del barroco empezaron a mostrar su belleza potosina. De ahí caminamos a la plaza de Aranzazu e hicimos una parada obligada en el Café cortao, de regreso intenté llevarlos a visitar la hermosa sala del palacio de gobierno donde está representado el momento histórico sucedido en ese lugar con estatuas de cera, cuando la princesa Agnes de Salm-Salm le suplica de rodillas a Benito Juárez el 18 de junio de 1867 que le perdone la vida a Maximiliano preso en Querétaro y sentenciado a muerte; para mi sorpresa el palacio de gobierno estaba rodeado de vallas metálicas y un policía que cuidaba la entrada me dio un rotundo no para entrar porque no había hecho mi solicitud con tiempo y no me la habían autorizado. Extrañé cuando entrabas al palacio sin que te preguntaran nada y libremente podías acceder a dicha sala.

Continuamos descubriendo las joyas barrocas, la catedral, el templo del Carmen y su monumental retablo, el museo regional (donde hay piezas arqueológicas de origen tamaulipeco), la capilla de la virgen de Aranzazu y al final llegamos a la librería donde retozamos entre los libros.

Al siguiente día hicimos un recorrido por la calzada de Guadalupe, del Santuario caminamos al Centro de las Artes, tenía la intención de que visitáramos la celda donde Francisco I. Madero había estado preso, pero nos informaron que para entrar teníamos que pagar 30 pesos por persona para ver todo el museo, le dije a la chica que solo queríamos ver la celda de Madero porque no teníamos tiempo suficiente para visitar todo el espacio, me dijo que lo iba a consultar y después de una larga espera nos dijo que no y que tampoco había acceso gratuito a estudiantes y maestros.

Así que nos fuimos a la Caja de agua para tomarnos unas fotos, compramos chocolates Constanzo para traer de regalo y nos fuimos al parque Tangamanga para conocer el lago.

De regreso a Ciudad Victoria mientras escuchaba la plática interminable de mis alumnos, hablando de manga y anime (ahí me enteré de que no es lo mismo), pensaba en lo extraordinaria que es la ciudad de San Luis, que bien vale un potosí visitarla y disfrutar su belleza, recorrer su centro histórico, detenerse para admirar sus casas, calles, templos, la ciudad como un museo.

Mientras recorría mentalmente todos los lugares que visitamos, mis alumnos reían, contaban historias, bromeaban entre ellos, de pronto nos hacían preguntas de cosas ordinarias o académicas con una energía inagotable. Al llegar, alguien comentó sobre el cansancio del viaje, ¿cómo aguanta maestra? Yo me reí y dije, “esto no es cansancio, es energía pura cuando uno hace lo que le gusta y ve a los alumnos felices”; ahí es cuando confirmo que se ha cumplido el objetivo del viaje.

E-mail: garciasaenz70@gmail.com

Por redaccion

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