Por: Zaira Rosas
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¿Qué nos hace vulnerables?, esa era mi pregunta al ver los titulares que involucraban el feminicidio de Ingrid Escamilla. Sin duda se trató de un crimen atroz, pero no ha sido el único. Al abrir un portal de noticias u hojear algún periódico descubriremos más de una nota al día que involucra violencia. Al menos 9 mujeres mueren al día en nuestro país. ¿Por qué?
Antes creía que las mujeres en situaciones de pobreza o con falta de estudios, eran más propensas a estos hechos, por ello para mí era vital empoderarlas en diversas capacitaciones, para que consiguieran independencia financiera y así lograran la separación en caso necesario. Conforme pasó el tiempo vi que no era suficiente, conocía casos cercanos de mujeres preparadas, con solvencia económica que decidían seguir con parejas agresivas, a las cuales justificaban por amor e incluso se dictaminaban a sí mismas como culpables de dichas agresiones.
Pregunté a las personas cercanas sobre este hecho, descubrí que incluso yo he permitido diversas formas de violencia. No fueron suficientes los grados académicos, ni una crianza afectiva o la independencia económica. ¿Qué me hizo parte de las estadísticas?, nunca he recibido un golpe, pero el violentómetro nos demuestra que la violencia tiene infinidad de caras, mismas que se nos presentan a hombres y mujeres, quizás excusándonos en el amor romántico todos hemos ejercido violencia en algún punto.
Buscando entender la vulnerabilidad de las personas ante situaciones de violencia que culminan en agresiones físicas, asesinatos, violaciones y demás eventos presentados continuamente en las secciones de nota roja, descubrí que los orígenes son diversos, pero también que nadie se salva de ser una posible víctima. Los orígenes más frecuentes están en el hogar desde la infancia, se vinculan a las creencias que adquirimos de nuestro entorno y se expanden con el resto de la sociedad y demás dificultades que puedan presentarse.
Como mujeres la educación y el factor económico sí influyen en que alguien decida o no permanecer en zonas de riesgo, pero es aún mayor el peso de factores psicológicos. Estos también afectan a los agresores, porque su actuar puede tener raíces que desencadenan la misma violencia.
Si los factores psicológicos son los más fuertes y tienen estrecha relación con el entorno, ¿por qué no estamos enfocados en la salud mental? ¿Por qué no estamos trabajando a profundidad en la educación de nuevas generaciones?
Actualmente existen escuelas para hombres que les ayudan a desaprender arraigos machistas, se les enseña que pedir perdón por la violencia no es suficiente y a entender el origen de la misma. Aunado a lo anterior, se tiene acompañamiento psicológico que ayuda a los asistentes a identificar esas acciones que llevadas al extremo derivan en titulares de la nota roja.
Mientras tanto ¿qué tendrían que desaprender las mujeres? Sumisión, silencio, creencias erróneas de inferioridad y olvidar el aprendizaje estructural que ha limitado la participación de mujeres en diversos espacios. Si bien este último punto ha disminuido aún queda mucho por hacer.
Es tarea de hombres y mujeres desarrollar nuevos lazos más equitativos, donde todas las personas aporten para construir una sociedad justa, con ambientes sanos. Es urgente que los programas de salud tengan una revisión a profundidad para que los encargados de informar a otros cuenten con las bases necesarias y no sean partícipes de replicar patrones erróneos. Como sociedad dejemos de ser cómplices y callar ante el más mínimo acto de violencia. Ayudemos a otros a visibilizar aquello que está mal y creemos en conjunto un mejor entorno.
Al final del día de nada servirá llorar por todos los muertos o desaparecidos. Huir salva momentáneamente a la víctima, pero deja libre al agresor. La única solución es construir estrategias conjuntas y atacar el mal desde cada una de sus raíces, en el núcleo familiar, en las escuelas, con formación constante y el debido acompañamiento psicológico. Ir a terapias no es para locos, es para estar bien.