Sáb. May 31st, 2025

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Rutinas y quimeras

Por: Clara García Sáenz

Tras de mi cerré la puerta, había apagado la computadora, el proyector y el aire acondicionado, con el salón vacío me encaminé a las escaleras, ya no había alumnos, el semestre se había terminado y todos esperaban la sentencia, una calificación después de haber trabajado unos al 100, otros al 50 otros al 30% y algunos sólo los había visto cuando iniciaron las clases, en esos días donde el entusiasmo se desborda y todos se sienten capaces de alcanzar una alta calificación.

Después las ganas de brillar van menguando, ya sea por el amor, el dinero, la familia, la distancia o porque simplemente les parece más divertida la vida fuera del aula y se van extraviando poco a poco hasta desaparecer o hacer solamente el mínimo esfuerzo para seguir en la universidad.

Confieso que este es el momento más duro de mi vida como maestra, tener que tasar a los jóvenes con una calificación, como si eso definiera todo el potencial que de alguna u otra manera pueden desarrollar, pero también sé que eso es necesario hasta que los genios pedagógicos encuentren formas más humanas de representar las capacidades de los estudiantes.

Con sentimientos encontrados, un tanto porque no los veré hasta el siguiente semestre, porque el diálogo académico se interrumpe, porque el aula es el lugar donde me siento más segura y feliz, llegué a la comida que la facultad nos ofrece para festejar el día del maestro. Desde una mesa que estaba en la esquina del salón, observé a todos mis compañeros y recordé a mis profesores que en esa misma facultad me dieron clase, ya no estaban, esos a los que yo consideraba sabios, intelectuales, con autoridad moral y ética. Pasados a retiro, sentí temor al descubrir que quienes estábamos en esa comida éramos lo que ellos, mis maestros fueron algún día y me aterró pensar si realmente nosotros podíamos ser para nuestros alumnos, lo que algún día mis profesores fueron para mí. El peso de esa responsabilidad es grande.

Solía decir una amiga profesora normalista que ella estaba convencida que todo maestro que se para al frente de un grupo hacía su mejor esfuerzo dando clase, refriéndose a que a nadie le gusta hacer el ridículo o quedar como ignorante y pensando en ellos, me he convencido de que un docente haga lo que haga nunca escapará del ojo crítico del estudiante, pero también de su reconocimiento si se logra remover sus pensamientos y sus sentimientos.

A lo largo de mi vida como profesora he aprendido mucho de mis alumnos, por eso me molesta escuchar cuando otros profesores hablan mal de los jóvenes diciendo que no estudian, que no leen, que son flojos, entonces pienso si ellos, los que los critican, se habrán hecho un examen de conciencia.

La experiencia docente me ha enseñado que siempre hay sorpresas, problemas y situaciones inéditas que hay que sortear con mente abierta, escuchar a los alumnos y tomar de ejemplo a mis malos maestros que tuve a lo largo de la vida para no hacer lo que ellos hacían.

También sé que el afecto es importante, la empatía y nunca olvidar que muchos años estuve del otro lado, soportando a muchos que han quedado en el olvido y emocionándome con otros que guardo en mi corazón. A ninguno de mis maestros le guardo resentimiento, los momentos difíciles, las diferencias, los desacuerdos, fueron sólo eso, momentos.

Solamente deseo de mis alumnos, sobre todo de mis alumnas, que lleguen lejos, que logren sus sueños, que sean felices y que si me recuerdan sea por una frase o un gesto que provoque en ellos alegría.

 E-mail: garciasaenz70@gmail.com

Por redaccion

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