Por: Clara García Sáenz
El traslado de la promoción de la cultura a los espacios virtuales cuando nos encerramos por la pandemia, representó un gran reto para las instituciones que se dedican a la difusión cultural. Reinventar las presentaciones de libros, los conciertos, los recitales, las ferias del libro, los festivales artísticos, los cursos, talleres, clases artísticas, etcétera fue un reto impensable.
Nuevamente los promotores culturales salieron al quite al pensar, planear, organizar, realizar y evaluar eventos culturales a partir de una plataforma virtual; fue una nueva enseñanza, una nueva experiencia impensable para muchos. Incorporar la tecnología, convocara través de las redes, producir videos, fueron parte de las nuevas formas de promoción cultural.
Conforme fueron pasando los meses de la pandemia, las redes sociales fueron saturándose de eventos culturales, cada día se adquirieron nuevas experiencias y lo que en algún momento hubiéramos pensado que había sido superado en la vida real, donde los promotores culturales aprendían en el ensayo y error antes de que se profesionalizara este oficio, en el mundo virtual surgió nuevamente esta práctica; conocer las preferencias del público, contar los “me gusta”, los que estaban conectados, se volvió parte de la medición de públicos.
Ahora que parece que las cosas empiezan a tomar normalidad, que se regresará al mundo real, cabe hacerse las preguntas de rigor antes de regresar a lo viejo, a lo agotado, a lo ya visto, a la rutina de la promoción cultural ¿Funcionaba lo que se hacía antes de la pandemia? ¿A la gente le interesaban los programas culturales de las instituciones? ¿Qué tan gastadas estaban las formas de hacer promoción cultural?
Seguramente sí funcionaba la difusión cultural de manera exitosa, tenía públicos y había una tradición de hacer las cosas; sin embargo, después de más de un año viendo el consumo cultural de la gente, debe quedar claro que no podemos regresar a lo de antes.
La gente en primera instancia buscó en el confinamiento formas de consumo cultural que hablan mucho del interés real de las personas por lo que quiere ver y oír, más allá de la imposición de programas rutinarios y repetitivos de las instituciones culturales. Es decir, las personas pudieron elegir en casa la música, la literatura, el cine que querían ver y no tener que elegir entre las estrechas opciones que el mundo real, fuera del internet, ofrece.
La pregunta más difícil es entonces si seguirán siendo necesarias las instituciones dedicadas a la difusión de la cultura, si la respuesta es afirmativa, se tendría que pensar en formas nuevas, abiertas, revolucionarias de la promoción cultural. Y ahí nuevamente es el promotor cultural quien tiene que hacer la tarea, pensar, planear y organizar para que la vida nuevamente pueda tener sentido más allá de las repetidas formas de difundir la cultura.
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