Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Después de la grata visita al museo del ejido Celaya, fuimos a recorrer el Museo Adela Piña en Ciudad Mante que se encuentra en el Instituto Regional de Bellas Artes, ahí pude saludar un viejo amigo, el escritor y cronista Ricardo Enríquez Salazar quien es el director del espacio; amablemente nos recibió y recorrimos el museo, acompañados de la explicación de señor Ernesto Sierra Vargas, alumno del pintor Ramón Cano Manilla.
Ahí disfrutamos los murales que se encuentran en al interior de la sala de exposiciones y escuchamos la explicación del significado de cada unos de ellos, así como el hallazgo de un gran número de piezas arqueológicas encontradas en la región y que nos hablan de la actividad agrícola de los grupos huastecos que habitaron en la zona.
De ahí nos fuimos a la primaria Héctor Pérez Martínez, que se encontraba en obra, pero así nos permitieron el acceso a los murales de Cano Manilla que decoran las grandes paredes y largos pasillos de la escuela. Con dificultad y en medio del ruido que hacían los trabajadores que estaban colocando un gran domo en el patio central pudimos, recorrer el espacio, apreciamos el cuidado que se había tenido al cubrir con grandes lienzos de plástico algunos de ellos para no ser dañados por las obras de herrería y albañilería que se realizaban.
Ya con el calor apretando al mediodía nos fuimos a Ocampo, donde nos esperaba un suculento picadillo que la presidencia municipal del lugar generosamente nos ofreció, al terminar apuramos el paso hacia el templo de Santa Bárbara, donde pudimos apreciar los interiores, sus imágenes y escuchamos la explicación de algunos de mis alumnos que habían preparado una exposición sobre la historia del lugar.
Caminado bajo un calor inusual de primavera, llegamos al Museo profesor Rufino Muñiz Torres ahí nos volvimos a encontrar con la cultura huasteca a través de figura, vasijas y variados objetos arqueológicos y paleontológicos encontrados en los alrededores de Ocampo; el museo, aunque pequeño cuenta con una riqueza en piezas que permiten comprender la importancia de esa zona en el pasado.
Sin embargo, el estado en que se encuentra el edificio es muy lamentable, los objetos lucen empolvados, los paños que cubren los módulos de exhibición están viejos y decolorados, las vitrinas rotas y las paredes muestran problemas de humedad. Platicando al respecto con las autoridades municipales, comentaron que el INAH no les permite meter mano, pero tampoco les ofrece un plan de salvaguarda junto con el gobierno de estado; ellos hacen lo que pueden con lo que tienen para conservar ese tesoro.
Con el corazón triste nos fuimos a conocer las ruinas de la misión de Nuestra Señora de la Soledad de Igollo donde, al ver sus espléndidas paredes, imaginamos la grandeza de antaño. Finalmente, bajo la sombra de un higuerón de grandes proporciones nos colocamos todos para inmortalizar el recuerdo de ese viaje con una fotografía grupal.
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