Por: Zaira Rosas
El mundo se ha fatigado, lo que inició como un periodo de cuarentena, se ha extendido por más de seis meses, dejando detrás un sinfín de consecuencias económicas, alertas en el sistema de salud y millones de vidas perdidas alrededor del mundo. La estrategia aplicada al momento es insostenible mentalmente, pero también parece la única alternativa ante la falta de responsabilidad y coordinación social.
México es el reflejo de lo que ocurre en el mundo y comenzamos a mostrar alertas de un rebrote por COVID-19. Es curioso como en poco tiempo nos familiarizamos con estos términos, también nos empeñamos en estandarizar otros como “sanitizar”, si el lenguaje comienza a modificarse, ¿por qué nos cuesta tanto este cambio en nuestro ritmo de vida? Quizás porque creímos que sería algo breve y temporal, porque teníamos la esperanza en una pronta cura o porque el privilegio nos nubla la empatía. Pero con el cambio de estación hemos descubierto que la transformación de nuestras vidas también es inminente.
En Estados Unidos alrededor de 700 personas mueren al día por consecuencia del virus, ya resulta innecesario nombrarlo, pues es por demás conocido. En Europa se han incrementado notablemente los contagios en países como Alemania, España, Italia, etc. Francia ha implementado de nueva cuenta alerta máxima, ordenando a muchas ciudades cerrar bares, gimnasios y centros deportivos.
Los datos anteriores no son para causar miedo, son por prevención, para entender que el virus sigue presente y que las estadísticas van más allá de los números. Representan vidas perdidas, familias sufriendo e infinidad de sueños pausados porque las secuelas de la pandemia se extienden en salud, educación y economía. La disminución de contagios en algunos puntos de la república fue resultado de constancia y responsabilidad, sin embargo, de inmediato nos relajamos.
La apertura de espacios públicos hizo que ganara el hartazgo acumulado, que comenzara a ganar la irresponsabilidad. Abrir negocios y espacios recreativos era necesario por el bien de nuestra economía, la necesidad de quienes dependen de ello es evidente, por ello ante las señales tempranas de un rebrote no podemos bajar la guardia. El uso de cubrebocas es indispensable, si los negocios y espacios públicos están cumpliendo con medidas básicas para el cuidado de nuestra salud, también es inminente como ciudadanos poner de nuestra parte y respetar esos protocolos.
Hoy salí a correr por primera vez en meses, al salir pregunté al señor de los jugos cuánto tiempo estuvo sin trabajar, su respuesta fue que más de 6 meses. Pese a no haber percibido ingresos pude notar su amabilidad y entusiasmo ahora que puede volver a trabajar, sin embargo, le preocupa que no todos los asistentes del parque respeten las medidas, pues ello podría implicar de nueva cuenta el cierre del espacio y la restricción de sus ingresos.
Seguir los protocolos de seguridad y cuidado es por el bien común, es para proteger nuestra salud y la de otros, pero también por hacer posibles los momentos de convivencia que son tan necesarios para cualquier ser humano, ya experimentamos meses de encierro devastador, trabajemos en conjunto y sin bajar la guardia, no sólo por nosotros sino por quienes dependen día con día de ello. Si tienen la oportunidad hagan una búsqueda rápida de cuántas personas se han quedado sin trabajo, vean el entusiasmo de quienes se dedican al comercio, analicen cuántas personas laboran en cada uno de los locales que solían frecuentar o los que ahora pueden visitar. Cada persona ha sufrido los estragos de esta pandemia y ahora más que nunca se requiere solidaridad para poder continuar.
Si bien la labor de quienes laboran en clínicas y hospitales es salvar vidas, seamos empáticos con el riesgo que corren, con sus familias y el trabajo cotidiano que están desempeñando en estos momentos. Ellos también sufren de fatiga pandémica y por ello insisten en las medidas de cuidado. La lucha contra esta enfermedad no ha terminado y probablemente tengamos que iniciar de nueva cuenta. Replanteemos las formas de vida, que el hartazgo no gane la batalla, porque, aunque nos cueste entenderlo las secuelas son latentes, los daños de adquirir el virus, aunque no siempre resulte mortal son permanentes, pero la vida que tenemos es una y bien vale la pena aprender a cuidarla y disfrutarla.
Hoy nos toca cuidarnos y cuidar de otros. Seamos responsables sin necesidad de restricciones o instrucciones del gobierno, demostremos la capacidad que tenemos como sociedad de integrarnos adecuadamente y nuestra empatía social. Lograr el bienestar de nuestro entorno es tarea de todos.
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