Por: Zaira Rosas
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Me encuentro viendo una serie en la que un joven político después de ganar las elecciones bajo una campaña del cambio climático, habla a sus votantes. Se dirige a todas las generaciones, chicos y grandes, habla de la necesidad de un trabajo conjunto donde la sociedad vigile las acciones de sus gobernantes, que se comprometa y le hagan cumplir cada una de las promesas de su campaña. La serie es “The politician”, una sátira a las prácticas que realizan los políticos en Estados Unidos y probablemente en el resto del mundo. Sin embargo, en la segunda temporada se muestran infinidad de datos sobre el impacto ambiental de acciones simples.
En la serie se habla de las toneladas de plástico que terminan en los mares, las afectaciones que generan a la fauna del entorno, hablan del impacto de la generación de residuos, comparten algunos consejos sencillos para modificar nuestros hábitos de consumo y también se muestran acciones que podrían parecer ridículas como masticar chicle pero que realmente generan un daño a otras especies. ¿Sabías que el chicle tiene su origen en la cultura maya? En su proceso natural, se extrae la resina de la corteza de un árbol por medio de cortes en forma de zigzag, esto se hace sólo una vez al año para permitir que el árbol sane.
En la vida actual, la goma de mascar a la que estamos acostumbrados se hace con resinas sintéticas y saborizantes artificiales. Esas resinas derivadas generalmente del petróleo son permanentes. Cuando las desechamos sin el menor cuidado los saborizantes pueden atraer a los animales, haciendo que estos se peguen y terminen perjudicados. ¿Te ha tocado pisar un chicle? ¡Seguro que sí! es uno de los ejemplos más claros de la falta de cultura ambiental que tenemos. Nuestro consumo por insignificante que parezca repercute en varios eslabones de la cadena. Cuando adquirimos un producto además de cubrir nuestras necesidades somos partícipes de las condiciones de trabajo de quienes lo han elaborado, de igual forma de la extracción de recursos para su fabricación.
Además, una vez que los productos cumplen la vida útil que el usuario considera conveniente el impacto sigue al momento de desecharlo. ¿Dónde termina? ¿es algo degradable o permanente? Quizás lo anterior es algo obvio pero que rara vez cuestionamos, principalmente porque adquirir productos cuyo impacto sea menor y que se generan bajo condiciones óptimas generalmente implica un mayor costo económico. No obstante, hemos llegado a un punto en el que esos cuestionamientos deberían ser obligatorios. Titulé este artículo como generación del cambio porque estamos en un momento crucial, en el que no importa tu edad, pero si estás viviendo en esta época tus acciones pueden marcar la diferencia. No se trata de realizar una modificación drástica, si no de comenzar a analizar desde qué puntos podemos aportar a un cambio. Por ejemplo, ahora que vivimos en medio de una contingencia sanitaria infinidad de familias depende del consumo local. Es posible que para ti sea muy sencillo adquirir todo en el supermercado, pero también hay comercios pequeños que pueden ofrecerte los mismos productos.
Quizás tu estilo de vida no te permita adquirir todo biodegradable, pero sin duda cualquiera puede disminuir el uso de desechables y plásticos, solo requiere de constancia y esfuerzo, reeducarnos para no olvidar las bolsas del súper, frascos para nuestras bebidas. Considerar que aquello que ya no utilizamos puede tener otra vida útil para alguien más. No se trata sólo de buscar opciones sustentables, sino también sostenibles en el tiempo. Habrá quienes tengan los hábitos de separar correctamente cada uno de los residuos, otros incluso se han adentrado en el desafío de no generar residuos, lo importante es que comencemos por hacer algo. No hay esfuerzos inútiles, solo consciencias en desarrollo.