Por: Ana Juárez Hernández
El otro día descubrí cuánto la quiero. Sé lo fuerte que es, por lo que no temí por su vida, pero confirmé lo mucho que ha calado su figura en mí, cuando, al saberla enferma, me eché a llorar. Me puse a pensar en la montaña de emociones y la prueba que le esperaba, recordé también las muchas veces que hemos dicho que no sabemos cuándo se aproxima el turno de vivir esta experiencia pandémica, y las veces que intercambiamos dudas al teléfono.
Me dijo hace tiempo que estaba maravillada con la producción de composta. Aprendió a seleccionar los elementos aptos para el proceso, los reunió diariamente y preparó sus llantas, luego vinieron las cajas, ¡qué maravilla ver la transformación! Dicen los que saben, que el compostaje tiene como efecto en el jardinero, propiedades relajantes y que, cuando se destapa y se criba, se liberan las sustancias relacionadas con la recompensa y la satisfacción. No podría ser distinto si se aprende el arte de la alquimia…
Continuó la cuarentena y se dio cuenta de que era el momento de probar, de aprender, de vivir… “Es la vida misma”, -afirmó -, y la encontró en el espacio doméstico, en el duro trabajo que comenzó y al que no le tuvo miedo. Podría decirle que tome paracetamol, que meta un vaso de agua con limón a su cuarto, que tome infusiones o haga algún remedio, pero conozco su fortaleza, por eso le digo: composte.
Haga de su jardín su oasis, como lo fue cuando supo que no había fecha para volver al mundo exterior. Tiene en sus manos una fuerza insospechada, y la capacidad de construir el pequeño nirvana que sirva para paliar este trago.
Cuando sienta el desgano, recuerde que el chayote debe subir a darle los buenos días, que hay que vigilar que los tomates tengan la cantidad adecuada de ramas (¡que fastidiosos los brotes falsos!), que las cunas de Moisés aguardan el momento de llenar nuevamente las macetas.
Cuando tenga miedo, vaya a ver a sus gallinas, en ellas encontrará que se viven cien vidas en una, cuando se aprende a seguir atentamente su ciclo. En ellas he visto esa maravilla inefable repetirse; vi los pollitos picar el cascarón para salir a probar el aire del mundo; los vi convertirse en pollos patones y curiosos dejando a tras la pelusa para estrenar plumas. Los vi descubrir uno a uno los rincones del jardín en busca de sus plantas favoritas, los cargué hasta convertirse en gallos y gallinas, y tener sus propios polluelos. Algunos tuvieron las más tranquilas vidas de que he sido testigo.
Cuando le falten risas, diríjase al grupo de vinos a ver qué nuevo embrollo han armado, ¿será que alguien afirma que el maridaje perfecto para un buen rojo son las Sabritas?
Tome la pluma y escriba, para que la danza de símbolos dé luz a las historias que ya esperamos leer.