Por: Clara García Sáenz
Una película apocalíptica con elenco hollywoodense de primera, una gran publicidad de Netflix y una producción respaldada por los Obama; fue estrenada en un momento del año en que todo el mundo entra en reflexión voluntaria o involuntariamente de lo que ha hecho con su vida y se empieza a plantear nuevos propósitos, el momento más apocalíptico de año para estrenar una película que basada en un libro homónimo ha paso sin pena ni gloria.
“Dejar el mundo atrás”, no es de esas películas a las que Hollywood nos tiene acostumbrados cuando se trata de la destrucción y cataclismo norteamericano, donde los personajes ven la destrucción de calles, coches y edificios en primer plano, corren desesperados tratando de salvarse y las ciudades se ven en espantosas ruinas. No, “Dejar el mundo atrás” va en otro tono, pasivo, tranquilo y lento para quienes esperan que una historia de destrucción del mundo sea entre llamas y con mucha acción. La historia tiene muchas líneas de interpretación para recorrer, desde los prejuicios raciales hasta las creencias de un poder norteamericano invencible y los clichés de un ciudadano promedio que cree en esa nación como garante de su seguridad.
Su narrativa comienza cuando una familia de raza blanca y clase media se va de vacaciones a una casa de campo en las afueras de Nuevo York; la madre publicista, el padre maestro de literatura y dos hijos, un varón adolescente que todo le aburre y anda en la exploración sexual y una hija preadolescente que está fascinada con las series de televisión noventeras. La llegada inesperada de un hombre de raza negra con su hija a la casa de campo en medio de la noche y cuando la señal de Internet se ha ido, provocan miedo en la pareja.
Sin las armas que nos da la Internet para verificar información, tendrán a partir de ese momento que poner en juego toda su intuición para convivir con los recién llegados. Afuera está el cataclismo, pero ellos tienen el propio; despojados de su arma de sobrevivencia que es la Internet, enfrentados a sus prejuicios raciales y clasistas, hay una frase en medio del drama dicha por uno de sus protagonistas casi llorando “sin la tecnología soy un inútil y no sé hacer nada”.
La película resume la vida norteamericana de una forma sutil e inteligente, sólo están presentes en la historia los blancos clasemedieros, los negros prósperos y los latinos que no hablan inglés. Los blancos se sienten confiados de que el Estado los protegerá de cualquier amenaza extrajera; los negros despiertan desconfianza en los blancos por su aparente poder económico y cultural, y los latinos, representados por una mujer vulnerable que suplica ayuda al hombre blanco que se encuentra extraviado en la carretera por no tener GPS; éste, aunque no entiende español, sabe que le están pidiendo ayuda sin embargo huye para salvarse él, lo que a la postre lo sumirá en un estado de culpabilidad.
Entre sus ingredientes está el peculiar asombro que les produce a los protagonistas ver animales salvajes, hasta el punto de sentirse amenazados por ellos; el loco que siempre está acumulando víveres, esperando el apocalipsis y se muestra despiadado ante el dolor humano pero sucumbe a la tentación del dinero; la incredulidad de todos ante lo que intuyen pero no están seguros, porque creen que el gobierno debía de tener un plan preparado para proteger a todos sus ciudadanos en caso de un ataque nuclear u otro evento y otros muchos detallas que evidencian la pobreza emocional de una sociedad del primer mundo y su fragilidad.
Los personajes van descubriendo lo que pasa conforme las cosas empeoran, guiados únicamente por su intuición; aunque están a salvo, sin saberlo, porque de alguna forma no forman parte del caos. Sin embargo, su sentimiento de indefensión y desamparo proviene solamente de que no tienen Internet, porque en la película nunca se plantea la falta de víveres, de luz, de agua. Después viene el reencuentro con el mundo real, con las cosas que se atesoran, con las tecnologías que hemos olvidado pero que demuestran ser una salvación, porque forman parte del mundo real, de lo tangible, de lo material; como la extensa colección de discos de acetato donde la protagonista de raza blanca baila con el hombre de raza negra siendo capaces de mostrar los valores humanos de la empatía a través de la música.
Pero tal vez quien resume todos los propósitos de esta época desgarradora de lo virtual, (donde aparentemente tenemos todo, pero no tenemos nada) es la niña preadolescente que se obsesiona viendo la serie “Friends” y su único drama a lo largo de la historia es que sólo le falta ver el capítulo final, lo que resulta imposible. El final de la película me parece espléndido, cuando gracias a los objetos materiales, a la preocupación de alguien por archivar, coleccionar, cuidar y preservar la memoria documental se puede alcanzar la felicidad, bueno la norteamericana. Es una película para verla sin prisas ni estridencias; algunos han dicho que es un tiempo malgastado viendo una historia donde no pasa nada; pues efectivamente, no pasa nada, pero al mismo tiempo pasa todo, su contenido no esta digerido, hay que procesarlo.
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